Abismos...

Ella estaba feliz, enamorada de nuevo. La relación era de ensueño. Todo estaba cubierto de la adrenalina de los comienzos. Esas primeras caminatas llenas de diálogos, anécdotas y risas. Las primeras salidas, donde se conocen a los amigos mutuos y uno cree saber con certeza que a los ojos de los otros, son la pareja perfecta que todos desean ser o tener. Esos primeros besos que son interminables y apasionados y jugosos y llenos de amor. Esos primeros “te quiero”. Las mariposas en la panza. El “mamá te presento a …”

Y finalmente, la primera vez… ella, con cuota extra de entusiasmo porque para él es la primera de la vida. Ella se prepara, para ser la iniciadora, la primera, la que le va a hacer conocer el amor entresábanas. Se depilada cuidadosamente, para que parezca que nunca hubo nada más que suavidad en su cuerpo. Elige la ropa con días de antelación. Seguramente se compró una prenda nueva (después de todo, ella también tiene que estrenar algo). Se ducha por largo rato, con un jabón especial que le regalaron una vez y estaba reservando para una ocasión especial que parecía nunca llegar. Procura que no haya nadie de la familia en la casa. Cambia las sábanas, las perfuma. Ordena meticulosamente. Prende unas velas.

Finalmente llega el momento: besos apasionados, ropa fuera, caricias, calor, adrenalina, sudor. El entreabre sus labios, esos de los besos de ensueño y dice con su perfecta voz:

"che, no puedo, ¿donde está el agujero?"

Y así señoras y señores, así, muere el encanto del príncipe y ella se queda, depilada, con ropa nueva, sábanas perfumadas, sin su jabón especial y con un sapo, pero uno incompleto porque ellos seguro encuentran siempre el agujero.